Por MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC
En el artículo anterior pudimos presentar sus características más generales: se trata ahora de penetrar con una mirada más profunda en sus tres componentes fundamentales: fónico, léxico y estructural.
Cuando estudiamos el aspecto fónico debemos distinguir la pronunciación, que tiene que ver con la articulación; la entonación, muy relacionada con la intención del hablante y con el sentido de lo que expresa; y la intensidad de la voz, que alude a la fuerza o debilidad de esta.
El léxico se refiere al uso de las palabras o vocabulario de que dispone un hablante, indicador esencial para evaluar la suficiencia misma en cuanto al empleo y el criterio de selectividad, en el que incide el propio carácter de la situación en que se materializa el acto comunicativo. Como se entenderá, este aspecto tiene también mucho que ver con el nivel de instrucción y de lectura, así como con la cultura general que se haya alcanzado. El enfoque holístico -léase integrador- se hace inevitable en este asunto.
La lengua es como un almacén que nos ofrece para escoger. Somos nosotros quienes debemos encontrar el mejor vocablo, el más oportuno para expresar la idea correspondiente. Y aquí funciona muy bien el principio de economía que se traduce en “decir más con menos”, o sea, huir del verbalismo que puede ser tan dañino como la pobreza verbal.
El componente estructural se refiere tanto a la organización del pensamiento -ideas-, como a la estructura de su expresión -retórica-, en particular a los mecanismos elocutivos, o sea, la gramática, tan llevada y traída en la escuela cubana pero lamentablemente sobredimensionada en lo descriptivo y todavía deudora en su enfoque funcional.
En lo que sigue compartiré con mis lectores una suerte de investigación-acción no concluida -lo confieso-, pero que refleja de modo bastante preciso las incorrecciones más frecuentes en la práctica verbal de los cubanos de hoy. Veamos.
En el orden de la pronunciación sobresalen como defectos: la deformación y supresión de la s final, articulación defectuosa de r como en cagbón y cagne (por carbón y carne), la imposibilidad de pronunciar algunas sílabas denominadas dobles (tr+vocal, pr+vocal, bl+vocal) y la realización vacilante de la consonante terminal como en (general y generar). En todos los casos la escucha, la toma de conciencia y la repetición mesurada podrán desempeñar un rol correctivo eficaz.
En torno a la entonación se constatan dos problemas muy frecuentes. El primero tiene que ver con ese desgano que afecta la curva de entonación, hace incoloro lo que se comunica y puede provocar cierta ambigüedad, fenómeno que se conoce con el nombre de monotonía. El segundo se aprecia en la inflexión final de la oración, que puede ser ascendente o descendente, y en dependencia de ello la clasificación de esta será enunciativa afirmativa, interrogativa o exclamativa. Ejemplo: Damarys avisó, ¿Damarys avisó? ¡Damarys avisó! Ante situaciones como estas se recomienda la práctica de lectura expresiva y la comprensión de lo leído.
Las irregularidades más abundantes en cuanto a la intensidad de la voz se catalogan como sencillas y graves. Las primeras ocurren al hablar muy débil o muy fuerte. Se corrigen situando al emisor más cercano o más próximo con respecto al receptor. Las segundas, como la tartamudez, reclaman un tratamiento por parte de un especialista: no son solo trastornos del habla sino de la personalidad.
De índole lexical aparecen aquellas relacionadas con la acentuación como régimenes por regímenes, adecúa por adecua, etc. Los errores de tipo gramatical como habíamos por había, estuvistes por estuviste, le por les. De información, como península por isla, o al revés, y los errores propiamente idiomáticos, ejemplos: todos los giros o frases de uso vicioso (de gratis por gratis, desapercibido por inadvertido, lapso de tiempo por lapso simplemente). Y no debemos omitir los que obedecen a disloques en el concepto o significado de la palabra (sendos por grandes).
Los defectos más frecuentes en lo estructural son: la falta de orden lógico (incoherencia), oraciones retorcidas e incompletas, confusiones al utilizar los tiempos verbales, repeticiones innecesarias y redundancias, omisión de palabras y frases, falta de concordancia en parejas sintácticas de sustantivo y adjetivo, y entre el núcleo del sujeto y la forma verbal.
Sirva esta relación de incorreciones para tomar conciencia de los “secretos” de la oralidad. Hay que atenderlos, porque como dice el refrán “lo dicho, dicho está”.