Por: Marcos Miguel Escribano Nápoles
Al caer la tarde, cuando el bullicio del laboratorio se disipa, un estudiante descubre un rincón que susurra secretos: la biblioteca junto a su aula. Allí, una exposición vibrante despliega un abanico literario, desde poesía rusa hasta fantasía épica, pasando por política y literatura cubana. Un mosaico de voces que invita a reflexionar y soñar. Guiado por un impulso poético, el joven se sumerge en los prólogos; cada palabra, una puerta a mundos infinitos.
En ese instante, la bibliotecaria—guardiana silenciosa de estos tesoros—captura con su cámara el momento: inmortaliza el acto sagrado del encuentro entre lector y libro. El orgullo brilla en sus ojos, testimonio de que la literatura sigue siendo faro en la universidad: refugio donde pensamiento y sensibilidad se entrelazan.
Poco después, otros compañeros salen de clases y se acercan, atraídos por la magia del lugar. Uno pregunta, con curiosidad juvenil, por Harry Potter. La respuesta es un sí rotundo, con promesa de disponibilidad digital: puente entre generaciones que honra la pasión lectora. Como gesto que trasciende lo material, las bibliotecarias ofrecen a cada estudiante llevarse un libro favorito. Acto de escucha que transforma el espacio: los jóvenes se sienten vistos, valorados y acompañados en su viaje literario. Hoy, 7 de junio, #DíaDelBibliotecario, rendimos homenaje a estos guardianes de santuarios del saber.
Con dedicación y amor, tejen hilos invisibles que unen a la universidad con la eternidad de las letras. Porque en cada página prestada y sonrisa compartida, florece un mundo más rico, humano y lleno de sueños.