Por Susana Rodríguez Ortega (tomado de Guerrillero)
Esther Montes de Oca, profesora de instrucción primaria en el poblado de San Juan y Martínez era una mujer feliz. Se casó enamorada con el juez Luis Saíz Delgado y erigió junto a él un hogar armonioso, cimentado sobre el amor y el respeto mutuo.
La dicha más pura se respiraba al interior de su acogedora casa. Hacia 1938 la pancita le crecía a la maestra al tiempo que sus manos se empeñaban en tejer la canastilla de su primer retoño, a quien nombró Luis, como su esposo. Poco después nacería Sergio, aun más avispado y travieso que su hermano.
Desde pequeños les fueron inculcados los más elevados valores humanos; se les enseñó a ser justos, estudiosos, solidarios y a amar a su tierra. Crecieron fuertes e inteligentes y obraron siempre con honradez, tal como aprendieron de sus padres y de las obras martianas cuya lectura tanto disfrutaban.
“…Se comportaban como jóvenes comunes, supieron disfrutar su juventud, a su manera, pero la disfrutaron, no con pretensiones ni ínfulas de superioridad. Hicieron siempre las cosas de acuerdo con su edad, como las hacían todos los jóvenes de su época, incluyendo las maldades. Era algo de lo que no tuvimos, como padres, que reprocharles. Ellos tenían muchas amistades, iban a fiestas, sobre todo Sergio que era bailador, les gustaba la playa, divertirse, hacer poesía, se enamoraban… Mi visión exacta era la de una madre satisfecha de sus hijos. Satisfecha por sus condiciones humanas y satisfecha de mí misma, en mi condición de madre”, solía contar Esther.
“Al pasar el tiempo fui dándome cuenta de que se iban desvinculando de las cosas más comunes de los jóvenes y comencé a inquietarme… Siempre estaban con una seria preocupación hacia los problemas políticos, tanto nacionales como internacionales, hablando del futuro del país, del futuro del pueblo. Esa era una preocupación que los llevaba a la tristeza en ocasiones. Hasta que un día me decidí y le pregunté a Luisito:
-Ven acá, hijo mío, ¿Es que nosotros no hemos logrado hacerlos felices a ustedes? ¿Es que ustedes añoran algo que no les hemos podido dar?
“Con el cariño que le caracterizaba me respondió, tratando de consolarme:
-No, mamá, de ustedes no podemos pedir más, yo sé que a ti, sobre todo, te gustaría vernos alegres; pero no se puede ser feliz en un país que vive en las condiciones de Cuba, lo que no puede hacernos felices es el sistema en que vivimos”.
Ambos hermanos fungieron como dirigentes estudiantiles en el Instituto de Segunda Enseñanza de Pinar del Río. En septiembre de 1955 Luis matriculó en la Universidad de La Habana, donde perfiló incluso más sus convicciones revolucionarias y mereció el aprecio de sus compañeros de estudio dado el prestigio que su personalidad irradiaba, al punto que lo seleccionaron como delegado ante la Federación Estudiantil Universitaria. De igual modo se incorporó al Directorio Revolucionario, organización insurreccional opuesta a la dictadura de Batista.
Sergio, por su parte, fue elegido secretario de la Asociación de Alumnos del instituto pinareño, donde se debatió en contra de los fraudes escolares y de la venta de notas por parte de profesores deshonestos.
Fue promotor de la huelga estudiantil efectuada en dicho centro de estudios en apoyo a los protagonistas del asalto a Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, acontecidos el 13 de marzo de 1957 en la capital.
Apenas con 17 años, asumió la responsabilidad de jefe de acción y sabotaje del Movimiento 26 de Julio en San Juan y Martínez, lo que le valió el asecho constante por parte de los agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
Los hermanos Saíz Montes de Oca tenían planeado ejecutar una acción para celebrar el cumpleaños de Fidel el 13 de agosto de 1957. Al caer la tarde salieron fuera de su seguro hogar y se precipitaron a la calle.
En la taquilla del cine Martha un oficial se dispuso a registrar a Sergio. El joven se resistió y cayó al suelo. Luis, que conversaba muy cerca con una muchacha, se alarmó al ver esta escena y corrió a defenderlo; pero Margarito Díaz, que era el nombre del soldado, le disparó mientras se aproximaba.
Cuentan que muy indignado, Sergio se abrió la camisa y le gritó al criminal: “Asesino, has matado a mi hermano, hazlo conmigo también”. Acto seguido era abatido por el asesino.
Pese a la represión policial, el velorio fue multitudinario. Lazos negros portó el pueblo de San Juan para honrar a quienes con tanto decoro, ofrendaron su vida a la Patria. En el documento Por qué luchamos, considerado el testamento político de estos mártires, hay ideas maduras y venerables, una de ella refiere:
“…No tenemos más que nuestras vidas, avaladas con la honradez de un pensamiento justo y una obra inmensa que realizar y como ofrenda de devoción y desprendimiento, las hemos depositado en los brazos de la revolución cubana -justa, grande, renovadora, honrada, socialista- sin más esperanzas que ver algún día cumplidos estos sueños”.