Por Elizabeth Colombé Frías
Durante diez días del último enero, Yamira Mirabal González, subdirectora del Centro de Estudios de Dirección, Desarrollo Local, Turismo y Cooperativismo (CE-GESTA), cometió dos desobediencias radicales: ni cumplió con el #QuédateEnCasa ni el aislamiento social.
Yamira decidió renunciar a los argumentos de las pantallas digitales, desconoció las indicaciones de sus sentidos vitales y desafió la quietud del cuerpo para unirse a la velocidad del tiempo que continúa, aun sin nosotros.
Para apartarse de la incertidumbre, el peligro o quizá del azar, utilizó guantes, caretas y trajes de nylon, de tal forma, que le costaba hablar, respirar y hasta escuchar, pero, sobre todo, evitaban el contacto carnal.
El aire, por tanto, tenía un espesor particular, en cada faena solo aspiró el que le correspondía y procuraba, incluso en los suspiros de descanso, no mezclarlo con el de los demás.
Las labores allí dejaron de convertirse en un misterio y le permitieron conocer que sus reacciones estaban configuradas como herramientas de la dedicación. Ya nada le fue ajeno, ni limpiar baños, cuartos, palillos o trasladar la comida.
Así, al término de cada jornada, lo más gratificante para ella fueron las señales de cariño y agradecimiento de personas que procuró no rozar, y permanecer, al mismo tiempo, próxima y cálida.
Yamira Mirabal González, licenciada en Contabilidad y Finanzas, doctora en Ciencias Contables y Financieras y profesora Auxiliar es voluntaria en el Hospital de Campaña para posibles enfermos de Covid-19 en la sede Hermanos Saíz de la Universidad de Pinar del Río.
De la Zona Roja salió este 3 de febrero con mucho cansancio, algunas amistades, nuevas costumbres higiénicas y como un mejor ser humano.