Por MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC
En este comentario reuniremos un conjunto de ideas a modo de conceptualización de los dos términos que conforman el título, siempre tomando en cuenta esa interrelación existente entre ambos o, dicho de otro modo, considerando los vasos comunicantes que asoman desde el momento inicial en el que asumimos su estudio.
Como se sabe, la lengua es ese sistema de signos depositados en la conciencia social, que no es susceptible de ser estudiado directamente, pues sus características y propiedades podemos conocerlas solo de modo individual, por el análisis de sus manifestaciones en el habla concreta de un individuo o de cierta colectividad, hasta observar lo que constituye su modelo o tipo. Por ello, el concepto de sistema está íntimamente relacionado con el de inventario.
La comunicación mutua entre los seres humanos ocurre por medio de ese sistema de signos (código) llamado lengua. Aunque el código verbal es el principal, no podemos ignorar o menospreciar otros códigos extraverbales.
La comunicación se materializa en los actos de habla, que dependen de la situación comunicativa específica, la intención y la finalidad. Es un proceso complejo de carácter material y espiritual, social e interpersonal, que posibilita el intercambio de información, la interacción y la influencia mutua en el comportamiento humano, a partir de la capacidad simbólica del hombre.
Al definirla hay que tener cuidado con la polisemia del término, ya que es objeto de estudio de cualquier esfera del desenvolvimiento humano, por lo que posee un carácter interdisciplinario y se le valora como eje transversal.
Tiene elementos de arte, ciencia y tecnología, por eso se habla de una multiplicidad conceptual y puede ser mejorada a través del aprendizaje y la interacción social.
Su naturaleza dialógica es clave para no confundirla con otros procesos como la mera información y la difusión, es decir, su esencia radica en la bidireccionalidad y la horizontalidad. Intervienen en este proceso dos componentes de índole personal: nos referimos al emisor y el receptor, pero también se identifican el mensaje, el canal y el contexto.
Sobre el emisor es oportuno señalar que es la voz su recurso vital, la cual hay que cultivar y educar para que no se pierdan matices. Dicción, volumen y modulación son aspectos importantes en este sentido.
Con respecto al receptor conviene apuntar que desempeña también un papel activo al decodificar o interpretar lo que se comunica. Estos roles se intercambian ininterrumpidamente.
El hombre imprime a la interacción comunicativa el aspecto motivacional y afectivo con sus necesidades, motivos, conflictos, rasgos del carácter, voluntad, así como valores y elementos de la conciencia social, del lugar que ocupa, de su clase social, de la experiencia históricamente acumulada, por eso afirmamos que quien se comunica es la personalidad en su integridad.
Los móviles de la comunicación pueden ser variados, por lo que se plantea que es plurimotivada, es decir, puede estar orientada por distintas razones. El conocer las motivaciones del sujeto nos hace comprender mejor su comportamiento y actuar sobre él.
Por último, queremos referirnos a las denominadas situaciones de conflicto comunicativo, tan llenas de rasgos entrópicos que van creciendo hasta parecer una muralla infranqueable.
Para resolver un conflicto recomendamos lo siguiente: no atribuir toda la responsabilidad al otro, controlar los estados emocionales extremos, o sea, expresar de forma adecuada los sentimientos que ha despertado la situación, analizar con el interlocutor las causas posibles del conflicto, buscar soluciones conjuntas, invertir los roles en la discusión, no buscar “ganador” ni “perdedor”, no hacer lo que no queremos que nos hagan a nosotros…
Recuérdelo bien: vivimos en sociedad y ello significa comunicarnos cada vez más y mejor. Una buena escucha podrá ser principio y fin.