“(…) hombre es el maestro que da de su ser propio a los demás; el maestro es meritorio y generoso padre de muchos (…) José Martí
Por Carlos Ariel Abreu Cordero, estudiante de 4to año de Pedagogía-Psicología
Son las 6:00 a.m., suena la alarma y ya es costumbre que la nieta de 2 años esté en la puerta del cuarto para dar los buenos días a sus abuelos. Se levanta y hace lo de siempre casi automático, se toma su café, el primer sorbo lo toma sentado en honor a un joven amigo y el último lo hace de pie, en honor a otro amigo.
Se despide de su esposa e hija y emprende el camino a la que ha sido su segunda casa por más de 40 años, prefiere caminar, según él le ayuda a poner las ideas en orden y emprender los nuevos derroteros de la vida. Llega a su oficina y comienza su trabajo como Decano de la Facultad de Educación Infantil, tarea que desempeña hace 3 años, quizás 4 ya no recuerda bien y advierte que no es por la edad.
Ya son las 4:00 p.m. regresa a su casa, otra vez a pie. Al llegar, abre la puerta y lo primero que escucha es un tierno “abui” de su nieta. Poco después llega la hija y de su parte recibe un caluroso abrazo de esos que se dan cuando hay amor verdadero; entre los quehaceres de la casa, el descanso y los juegos con la nieta, transcurre la tarde noche. Quizás se levante a las 3:00 a.m. para adelantar trabajo y revisar tesis o algún artículo para la Revista Mendive.
Así era la rutina diaria del profe Julio Conill antes de la Covid-19, ahora está más tiempo en casa, lo que le ha permitido estar más tiempo en familia y, sobre todo, disfrutar del crecimiento y desarrollo de su nieta.
Él, formalmente y reconocida en el Registro Civil, tiene una hija, pero desde hace algún tiempo ya suma doce retoños, sin contar los más de 300 que tiene bajo su mando en la Facultad.
Un día tomó la decisión de incorporarse como voluntario en Zona Roja. Acompañado por un grupo de jóvenes (él fue el más joven de todos) todas las noches teníamos un momento para escuchar sus inacabables anécdotas, matizadas con su fino sentido del humor y una que otra palabra grotesca que a la par ayudaba a la integración del grupo. Le imprimía a todo aquello que hacía un carisma inigualable y una energía envidiable.
Nunca perdió la costumbre de levantarse a las 6:00 a.m., cuando el resto se levantaba ya el café estaba listo y el resto del desayuno organizado diferenciadamente según los gustos de cada cual. Como mismo no faltó el regaño oportuno y la crítica en aras de perfeccionar el trabajo, no se echó en falta el abrazo, el cariño y las palabras de aliento al equipo. Fue tanta la dicha de compartir con él que empezamos a sentirlo como un padre; él lo sintió de igual manera y no fue casual que en el acto del relevo afirmara: “vine para acá teniendo una hija, hoy me voy con doce hijos más”.
Durante las dos veces que compartimos con él en la Zona Roja, lo vimos jugar al pon o al tejo, al tocado, correr bajo la lluvia, machacar almendras y un sinnúmero más de actividades que hacían que el cariño que sentíamos por él se afianzara crecidamente.
Quien lo conoce puede mencionar incontables anécdotas vividas, dirán de él varias cualidades, pero nunca faltará la expresión: “Conill, es un buen padre”. Ahora es “un buen padre” más valiente, porque arriesgó su vida para el bienestar de los hijos de la Patria hoy necesitada.
Lo cierto es que nunca alcanzarán escritos para expresar lo que significa él para su familia, amigos, compañeros de trabajo y ahora, para estos hijos adoptivos que lo acogimos como padre. El tiempo no logrará rendir para agradecer la dicha de tenerlo y seguramente para él tampoco será suficiente el tiempo para agradecerle a la vida la dicha de ser padre.
Ya son las 6:00 a.m. y comienza la misma rutina de siempre, pero esta vez tiene algo agregado, ahora vía virtual saluda y se preocupa por cómo pasaron la noche sus doce nuevos hijos.