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El lenguaje inclusivo y sus sombras

✍️MS.c Luis Pérez González, Profesor Consultante y miembro de la UNEAC

Muchos me han solicitado que publique algún comentario sobre el tema del lenguaje inclusivo. Parece que mi intervención en el espacio “La Tendedera”, en el contexto de la pasada Feria del Libro levantó “ciertas ronchas” o, al menos, movió la curiosidad. Y que conste, que el asunto no es nada nuevo, aunque a cada rato vuelve a aparecer como una novedad.
¿Se trata de una tormenta en un vaso de agua o una respuesta a un problema verdadero? Pienso que un poco de las dos cosas, pues se trata de una controvertida cuestión que trasciende lo lingüístico para irradiar en lo sicosocial, porque todo lo anterior tiene que ver, en definitiva, disimulado o abiertamente declarado, con el denominado sexismo idiomático.
La respuesta de la RAE, una y otra vez, ante el tan llevado y traído dilema vuelve a ser siempre tajante: la posición de un total rechazo a su uso, asegurando que el masculino gramatical “no supone discriminación sexista alguna”.
Pero de qué estamos hablando: nos estamos refiriendo a un conjunto de estrategias que tienen por objeto esconder o enmascarar el género del hablante, es decir, constituyen recursos fácticos empleados por quienes no se identifican con ninguno de los dos géneros del par binario, y por tal razón, caen en fórmulas ajenas a la morfología de nuestra lengua, lo que provoca un ambiente de desequilibrio y desestabilizador muy dañino para el sistema de signos que históricamente se ha tipificado.
Entre estas estrategias las dos más frecuentes consisten en la utilización excesiva y hasta abusiva de la terminación neutra “e” para evadir las tradicionales marcas “a”/“o”, y la incorporación de una ambigua “x”, que suele ser injustificada e impronunciable, digamos, “Lxs chicxs están felices” para no revelar si se refiere a “Las chicas o los chicos” como sujeto.
La premisa de que el uso del masculino genérico invisibiliza a la mujer es incuestionablemente subjetiva y ha provocado tendencias tales como la de explicitar ambos géneros. Algo que podrá tener explicación y hasta cabal sentido en contextos específicos en los que se desee enfatizar, tal es el caso del enfoque muy defendido por la propia UNICEF cuando puso de moda aquello de “los niños y las niñas”, pero que conduce a la pedantería, a fuerza de la repetición innecesaria como procedimiento.
No perdamos de vista como presupuesto teórico en este debate que el género es una categoría de índole sociocultural y el sexo, biológica. Extrapolarlas desemboca en aberraciones estériles y absurdas.
Muchos han calificado este lenguaje inclusivo como jerigonza o galimatías, por la innegable confusión que entraña, lo que se evidencia en posiciones extremas como en el pronombre personal “elles” (para incluir a ellas y ellos). La anterior nomenclatura se ha hecho muy frecuente, por ejemplo, entre la comunidad gay y, finalmente, más bien se torna exclusivo.
También se considera inclusiva la estrategia salvadora de introducir en el discurso todos los sustantivos colectivos que sean posibles, como pueblo, población, así como la de usar términos nominales que abarquen en su designación los dos sexos (personas).
Muchas implicaciones más pudiéramos enunciar hasta llegar al colmo de la cuestión, lo que se grafica perfectamente en situaciones tan irrisorias como la del pronombre indefinido “todos”, en la que sería redundante decir “todos y todas”, ya que el significado mismo del vocablo lo deja bien claro.
Estaríamos transitando entonces por un camino sin rumbo fijo, que muy lejos de un pensamiento dogmático e inflexible, sería una permanente amenaza de anarquía. Otras lenguas romances como el francés viven en la actualidad un panorama muy parecido al español. Estemos muy alertas.
Hoy ya se discute si el masculinismo y el feminismo han dejado de ser solo concepciones sociológicas para ir adueñándose del campo lingüístico. ¡No faltaría más! Quedará por ver…

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