Por MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC
El término “competencia” se puso muy de moda años atrás, y, desde luego, se introdujo también en el campo de las ciencias de la comunicación. Por encima de cualquier consideración tecnicista, a lo que aludimos con ese vocablo es a la eficiencia alcanzada, o sea, cuán capaz es una persona para desarrollar una actividad con calidad.
Así, se afirma que alguien es competente en el perfil comunicativo cuando consigue altos niveles de desempeño en este proceso salvando las barreras u obstáculos más significativos.
Cuatro son las dimensiones en las que se desdobla este concepto desde el punto de vista práctico: la competencia lingüística, la sociolingüística, la discursiva y la estratégica. La primera tiene que ver con la habilidad para emplear los medios o recursos lingüísticos. Se entenderá que constituye el presupuesto básico y primordial, pero no es suficiente, con ella no basta.
De hecho, un individuo puede dominar al dedillo todas las unidades y estructuras de su lengua, puede ser un filólogo, y no conseguir siquiera una elevada escucha. Por eso, resulta muy necesaria la denominada competencia sociolingüística, que consiste en saber adecuar los medios lingüísticos, que la lengua ofrece, a las características del contexto o situación concreta: no se usa el mismo registro verbal en una reunión íntima o en una profesional.
La tercera dimensión, discursiva, es también clave porque entra en lo que pudiéramos llamar organización proyectiva de las ideas. Es la habilidad para relacionar coherentemente las partes del discurso con este como un todo. Cuando hay incoherencia es muy difícil que el acto comunicativo llegue a consumarse exitosamente, pues se produce como una dislocación temática.
En cuarto lugar, aparece la estratégica, que como su mismo nombre lo indica, se trata de la habilidad para iniciar, desarrollar y concluir la comunicación.
No hay entropía mayor que dejar a medias -sin final- una conversación. Provoca un desconcierto muy grande en el perceptor y puede que se invalide todo lo expresado.
Se capta el carácter sistémico de estas cuatro dimensiones, dado que alguna alteración en una de ellas repercute en las demás, por lo que debe trabajarse simultáneamente en todas.
Finalmente, se es o no competente. Cualquier herramienta puede decidir: el error está en la subvaloración. Desde el saludo hasta la despedida en un parlamento, desde el vocativo empleado hasta el tiempo verbal, todo…absolutamente todo.
Lo anterior nos alerta en torno a una enseñanza idiomática meramente descriptivista, que ve las estructuras de la lengua como inamovibles. El momento y lugar específicos en el uso es lo que determina. Un enfoque funcional acertado puede ser la garantía de un buen hablante, que tenga conciencia de su elección.
La correspondencia entre lenguaje verbal y extraverbal es un aspecto que no puede olvidarse si estamos tratando de la competencia comunicativa, porque todos los códigos deben coincidir en cuanto al contenido que se comunica. De lo contrario, se producen contradicciones que pueden perjudicar la información que se trasmite: una noticia agradable puede someterse a duda si un gesto o una mirada la cuestionan.
Entonces, una pregunta quedaría por responder: ¿Cómo hacer más efectiva la comunicación? Pues con el dominio de determinados conocimientos teóricos acerca de las leyes y mecanismos sociopsicológicos que están en su base, con la aplicación de los conocimientos adquiridos a situaciones reales de la vida, con el desarrollo de la autoobservación y la autoconciencia de las peculiaridades de la interacción con otros y con el fortalecimiento de la correspondencia entre los diferentes códigos a emplear.
Por ahora… es bastante. Opinen ustedes.