Por MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC
Otro año nos exige celebrar la JORNADA POR LA CULTURA CUBANA de una manera singular: quizás con menos algarabía, pero con igual profundidad. Y lo digo porque la pandemia que todavía enfrentamos no nos impide convertirla esencialmente en ocasión para pensar y reflexionar sobre su verdadero significado, ya que entraña hurgar en nuestras raíces como pueblo, así como identificar todo aquello que nos distingue, que nos hace únicos e irrepetibles.
La identidad del cubano asoma su rostro en la diversidad que se hace palpable en cualquier ámbito de nuestro comportamiento cotidiano. No debemos olvidar que la cultura como fenómeno social es el conjunto de valores materiales y espirituales acumulados de manera ininterrumpida a través de la historia. Por eso cualquier indagación entronca naturalmente pasado, presente y futuro. Queda claro entonces que la identidad cultural no es abstracta sino bien concreta.
Como motivaciones específicas este año tenemos el rico legado de Cintio Vitier, martiano por excelencia, que nos entregó su visionaria concepción ética y su definición de la cubanía. También el aniversario 120 de la Biblioteca Nacional como institución emblemática de la preservación patrimonial, junto a los 35 años de la Asociación Hermanos Saíz como permanente incitación al protagonismo juvenil. Y por qué no, el 49 Aniversario de la Institucionalización de la Educación Superior en Pinar del Río, pues defendemos la idea de que no nos estamos ciñendo solo al universo artístico sino también a la esfera del conocimiento y la preparación profesional en la que toda universidad desempeña un papel clave.
Mucho aportó Fidel a esta noción de cultura general integral. De hecho, siempre lo he considerado como una fecunda contribución teórica en el campo de la estética. No es casual sino causal que expresara: “Sin cultura no hay libertad posible”. Pienso que estamos en presencia de una trascendental afirmación llena de importantes implicaciones que enfatizan en la toma de conciencia y la responsabilidad ciudadana.
Cada 20 de Octubre evocamos un momento sublime de nuestra historia patria cuando se entonara por primera vez nuestro Himno Nacional, que en su propia letra refleja todo el heroísmo y la valentía de un pueblo perennemente alerta y dispuesto a defender su soberanía e independencia. La frase “Morir por la Patria es vivir” ha mantenido a través de todos los tiempos una vigencia incuestionable y traduce una convicción firme y consolidada.
El proceso de formación de nuestra cultura ha sido el resultado de una mezcla de influencias en la que lo autóctono se fortalece y multiplica. Cuando hablamos de sincretismo en estos términos precisamente lo que se quiere subrayar es la presencia de lo nuestro, sin negar, desde luego, que dos componentes se afianzaron y consolidaron: nos referimos a lo hispano y lo africano. Lo que ocurrió, en definitiva, ha sido una asimilación original y creativa, que se ha erigido en escudo de la nación.
No nos cerramos al mundo, pero nuestras esencias son el sello que nos marca en cualquier área en que nos desenvolvamos. A la palma real, al tocororo, o a la mariposa que perfuma nuestra campiña, pudiéramos añadirle innumerables símbolos, tales como el son, el beisbol, el bullicio de nuestras calles… tantos, tantos otros, la hospitalidad, la solidaridad y el humanismo.
El cubano es tan cálido como su Cuba. Somos así y así nos descubrimos ante los demás. Y no podrá advertirse ningún vestigio de chovinismo en estas palabras, sino legítimo y sano orgullo. Con mucho corazón entonces exclamamos: ¡Viva la cultura cubana!