Por: India Alejandra González Molina
Ser mujer implica muchas cosas, aunque en el tiempo y con el desarrollo de las distintas sociedades no siempre fue igual.
Por norma es el género femenino el que se asocia a lo bello, delicado, fino, como si fuera la primera, única y verdadera intención de la existencia, lucir bonitas para los demás, pero unos seres que portan y dan vida, que cuidan, construyen hasta lo inmaterial, no se pueden reducir a algo tan voluble como la estética.
La historia lo demuestra con ejemplos que más o menos conocidos están ahí, en cada área del conocimiento, en cada etapa histórica, prueba irrefutable de que no se pueden excluir, independientemente de las circunstancias, que las intentan reducir al hogar, al matrimonio, a la imagen pública.
Seres tan especiales, que han inspirado las altas pasiones, los primitivos instintos, poseedoras de ese ”sexto sentido” que muchos nombran sin entender pues lleva una sensibilidad particular el poder notar, lo que primero requiere sentirse, cualquier mujer lo sabe, que antes de la razón, avisa el instinto.
En estos tiempos de lucha feminista, de valores unidos que buscan el bien de todas, la libertad de poder ser sin tabúes, restricciones morales o de cualquier otro tipo, es importante continuar con esa labor que naturalmente se nos dió desde los inicios de la civilización y es la de educar.
Es una verdad innegable que si la primera escuela es la familia, la primera maestra fue una mujer, y enseñan cosas tan importantes que es imposible reducirlo a un plan de estudio.
Pudieran citarse datos estadísticos, resultados de investigaciones científicas, que contienen y demuestran dentro de sí el papel medular que actualmente desempeñan las féminas en el sector de la educación a nivel global y en Cuba.
No obstante esos son datos fríos, números que responden a un sistema de objetivos, una secuencia de acciones cuyo único fin era obtenerlos.
Cuando se recuerda el cariño de la profe que dio un consejo o un regaño oportuno, la que cuidó y trascendió los límites de su labor profesional solo para asegurarse que sus alumnos estuvieran bien, las que notaron lo que estaba mal y otros no vieron, para sanar, cuidar.
Es fácil entonces percatarse que la impronta femenina en la educación trasciende lo que cualquier número pueda demostrar.
Llegue a cada mujer en el mundo, sin importar ningún otra condición, las merecidas felicitaciones, el reconocimiento por lo que hacen y la fuerza para continuar construyendo sus sueños.