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Cuba Efemérides

Rafael Trejo: pasos entre la multitud

Escrito por dcom

La muerte de Rafael Trejo, hace 90 años, fue un momento decisivo en la lucha antimachadista. Los universitarios cubanos conmemoran cada 30 de septiembre como homenaje póstumo a Rafael Trejo y de recordación a Julio Antonio Mella y a José Antonio Echeverría, los jóvenes que ingresan a la Educación Superior, reciben el carné de miembros de la Federación Estudiantil Universitaria.

Por Elizabeth Colombé Frías

Dentro de unos minutos Rafael Tejo González quedará casi inerte la calle Infanta, entre Príncipe y Jovellar . Allí, sostenido solo por sus 20 años, vacilará antes de efectuar el próximo movimiento cimbreante.

Sin dirigirse a ningún sitio, zigzagueará. Un súbito aguacero se desplomará sobre su cuerpo.

Él caerá sobre la húmeda brillantez de la avenida. Un amigo lo sostendrá hasta el hospital. Antes, Trejo -de San Antonio de los Baños, en tercero de abogacía y vicepresidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho de la Universidad de La Habana- habrá terminado de vestirse en el cuarto de la Residencia. Llevaría su traje más gastado. Acomodó su sombrero de pajilla. Se acercaría a la pared. Arrancaría la hoja del día al calendario. La situaría en el sombrero.

“Te voy a poner aquí porque tú, 30 de septiembre, vas a entrar en la historia de Cuba”, aseguran algunos que dijo.

El plan del estudiantado: lanzar una proclama al pueblo de Cuba, celebrar una asamblea en el Patio de los Laureles de la Universidad de La Habana y marchar hasta la casa del patriota Enrique José Varona.

Ese día, 30 de septiembre de 1930, la fuerza pública conoció de antemano las intenciones del estudiantado y rodea la Colina. Un centenar de jóvenes lanzaron una nueva consigna: ¡Todos al parque Eloy Alfaro y de allí, a Palacio! La bandera apuntalada sobre los hombros de los universitarios, serpentea los tiros de los policías machadistas.

El corneta Oliva, veterano del Ejército Libertador, toca el “A degüello”. La caminata empieza. Trejo va al frente. Esquina San Lázaro e Infanta. El choque extenúa el ambiente con una sensación de irrealidad.

Pablo de la Torriente Brau, después de golpear a varios enemigos, cae con la cabeza ensangrentada de un porrazo. El profesor Juan Marinello es apresado al tratar de auxiliarlo. Rafael se enfrenta cuerpo a cuerpo con un policía. Golpes. Más golpes. Antonio Díaz Baldoquín intenta parar la paliza. El guardia saca el arma. Un disparo. Trejo está herido de bala.

Pablo de la Torriente Brau, tiempo después escribiría: “Yo no podré olvidar jamás la sonrisa con que me saludó Rafael Trejo cuando lo… colocaron a mi lado. Yo estaba vomitando sangre y casi desvanecido de debilidad; pero su sonrisa, con todo, me produjo una extraña sensación indefinible. Era algo así como si me devolviera la cólera de la pelea a pesar de la sangre perdida”. (…) Entre vahído y vahído yo había podido oír estas palabras, que percibí extrañamente, como si estuviera dentro de un aparato de radio que sonara a lo lejos, con un poco de estática: …éste se salva… si no hay fractura… las heridas de la cabeza son muy aparatosas… se pierde mucha sangre… pero aquel pobre muchacho no lo salva ni Dios…”.

Shock. Transfusión de sangre. Laparotomía exploratoria. Treinta horas más tarde, Trejo cae en coma y a las 9:50 pm muere. La autopsia revela que además del plomo en el pulmón, los golpes ocasionaron lesiones irreparables en el cráneo y el hígado. El viaje toca a su fin.

“A Rafael Trejo se lo llevaron de aquel rincón para hacerle la arriesgada operación para salvarlo. A mí me pasaron para la cama en donde él había estado. El hospital se fue llenando de gente, tan numerosa que hacía ‘huhú…‘como el mar. Las mujeres, viejas y muchachas, llenaron las salas, y se hacían abrumadoras como abejas, a fuerza de preguntas. Trejo se fue muriendo. Yo lo descubría por el silencio, al que de pronto se le ponía, como un rubí brillante, la palabra ‘¡Asesinos!‘, que algún compañero, con cólera incontenida, hacía estallar”.

El 30 de septiembre de 1930, en la calle Infanta, entre Príncipe y Jovellar, Rafael Trejo González caminó bajo el aguacero que seguro notó solo en los momentos que dedicó a respirar para aliviar el dolor de los golpes. Y como una sentencia transparente en el momento único de tiempo para ser memorables, irguió su destino sobre las multitudes.

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