Elizabeth Colombé Frías
En unos años, Javier Antonio Graverán Izquierdo renunciará a algún que otro olvido para escarpar en la nostalgia.
Visto desde el futuro, Javier, para esa fecha con 25, 30 o 40 años, pudiera ser psicopedagogo, profesor o terapeuta, se recordará detrás de muros, jardines, puertas; detrás de mascarillas, guantes y batas de protección en un centro de aislamiento; y rememorará el tiempo en que se propuso ser útil como una imposición a la voluntad.
Y cuando la realidad pretérita recupere nitidez, él volverá a sus 19 años, a ese abril en 2021, a una licenciatura casi al terminar y a asistir, por primera vez, a pacientes aislados en la zona roja de la Sede Rafael María de Mendive de la Universidad de Pinar del Río «Hermanos Saíz Montes de Oca».
De seguro, él también recordará que allí lo más difícil fue reconocer en el rostro de las personas la inseguridad y el temor a la enfermedad.
Javier se detendrá a pensar en que esa etapa le sirvió para ver qué tan vulnerables podemos ser, que no importa de donde seas, ni que edad tengas para enfermarse de COVID-19.
Revivirá cuando intercambió, en su equipo de trabajo, con el decano de la Facultad de Educación Infantil, -su centro de estudio- y con alumnos de otras carreras, hasta convertirse en una gran familia.
Él dirá que después de un tiempo, creía haber estado unas tres o cuatro veces de voluntario en la zona roja, que además de un deber con su país y su Universidad fue una forma más de retribuir todo lo que le han dado y afirmará, con orgullo, que participó en la batalla contra la pandemia de COVID-19.
A la altura de los años, Javier Antonio Graverán con una posible vida como profesor, psicopedagogo o terapeuta, hilvanará los recuerdos: sueños dentro de otros sueños, como un vínculo pasional con el pasado, esa historia que nos contamos en la memoria.
