Por: Elizabeth Colombé Frías
Las coincidencias preservan la sorpresa de lo perdedero. Sin embargo, la proximidad entre dos personas no consiste en la confluencia de sus fechas de nacimiento, sino en la simetría de sus ideologías.
Cuando Ernesto Guevara era niño, sufría de asma. Desde pequeño fue intranquilo aunque, quizás, sobreprotegido hasta alrededor de los 10 años por los padecimientos de su enfermedad.
Antonio Maceo, ocho décadas antes, tal vez, corría en las tierras de la finca La Granada en Santiago de Cuba y en otro contexto y región mantenía el mismo espíritu rebelde.
A los 23 Guevara realiza un extenso periplo por el continente Americano, visita la mayoría de los países del cono sur, centro y Norteamérica hasta México. Maceo, por su parte, con esa misma edad se alza en armas en la manigua oriental del país. Su primer combate, contra fuerzas españolas, fue cerca de Jiguaní.
Sin establecer comparaciones inocuas, la particularidad radica en las hazañas de sus acciones. La vida de ambos roza la heroicidad, comprendieron su compromiso por Cuba, el valor y el sentido del sacrificio.
En los dos, la memoria colectiva enriquece sus combates con anécdotas de un halo quijotesco, pero los acontecimientos no deben apreciarse como aspectos inamovibles de la historia.
Entre lo mitológico y lo natural, la vedad y la leyenda, la razón y lo inverosímil; su significación sobrepasa la imágenes estáticas de murales o carteles y sus pensamientos, lo preestablecido de las consignas. Compartieron Antonio Maceo y Ernesto Guevara el ímpetu silvestre por la libertad, la belleza de la contemporaneidad y un desenfreno eterno.
Según la Teoría de la Paradoja del Cumpleaños en una muestra de 367 individuos existe un 100 por ciento de probabilidades que dos coincidan en su fecha de nacimiento. No obstante, resulta más difícil pronosticar la vinculación de los ideales de dos personas en diferente espacio temporal.
