Por Evelyn Corbillón Díaz |Fotos: Rafael Fernández Rosell
Antes del primero de enero de 1959, Pinar del Río era conocido como la Cenicienta de Cuba, debido a su situación socioeconómica y a la desidia de los gobiernos de turno, nunca interesados por el bienestar de la población.
El conocimiento científico, ese que nace en las universidades y permite la formación de profesionales en diferentes áreas, estuvo mutilado en el territorio más occidental, y sus hijos encontraron únicamente en la Universidad de La Habana (UH) la posibilidad de cursar estudios superiores.
Solo los descendientes de los más potentados de Vueltabajo, dueños de tierras, grandes fundos y tabacales, pudieron acceder a la institución fundada en 1728.
En una región con el 30. 8 por ciento de analfabetismo y más del 70 en los campos, según estadísticas de la época, matricular en la casa de altos estudios constituía un privilegio.
Un camino para pocos
Juan Carlos Rodríguez Díaz, historiador de la ciudad, se refiere a las posibilidades reales de los vueltabajeros en el periodo colonial y en la República.
“Hasta 1899 apenas se registran unos 150 graduados universitarios, su gran mayoría médicos, abogados, algún que otro pedagogo y varios ingenieros civiles, estos últimos egresados de Estados Unidos debido a la falta de formación sólida en ese perfil”.
Muy mutilado, el conocimiento científico escasamente llegó con ese sentido universitario a la tierra del mejor tabaco, en la cual el Instituto de Segunda Enseñanza- creado en 1883- devenía preámbulo para la educación superior, y durante la guerra de 1895 cerró sus puertas, indicó.
En la etapa que va de 1900 a 1958 salieron de las aulas universitarias unos 570 pinareños de iguales ramas, dada su gran demanda, además de veterinarios instruidos en el país norteño; pero únicamente 33 eran mujeres, sobre todo tituladas en estomatología o farmacia, remarcó Rodríguez Díaz.
Unos 198 galenos estaban registrados en el colegio médico de esta ciudad y la escasa cifra de cuatro eran mulatos; de ahí las barreras raciales que también imperaban a la hora de estudiar, puntualizó el historiador.
Primeros pasos
La provincia concibió una iniciativa en los años 50’ para echar a andar una casa de altos estudios, bautizada como Universidad de Occidente.
Entre 1952 y 1953 empezó el diseño de su estructura, su currículo y también la búsqueda de financiamiento para el centro que tendría por nombre Rafael Morales y González, y estaba ideado para cinco carreras y una matrícula de 200 educandos.
Destacó que ese empeño iba a comenzar en Vueltabajo con muchas contradicciones, pues el modelo capitalista atentaba contra el cometido de la universidad, sin dejar de mencionar trabas de carácter jurídico, la corrupción y la escasez de profesores, entre otras causas. Tan es así, que solo una verdadera Revolución pudo revertir ese panorama.
En la Reforma de la Enseñanza Superior en Cuba, en 1962, se plantea: “Al iniciar la Revolución su etapa transformadora el primero de enero de 1959, encontraba ante sí un sistema de educación superior desvertebrado, tocado por la corrupción, y sobre todo, inservible a los altos fines de renovación y el desarrollo económico, político y moral de nuestra patria”.
Los pinareños, en los primeros años de la Revolución todavía tenían la elección de estudiar en la UH, a lo cual ya se sumaba la oportunidad de hacerlo en algunas filiales surgidas en el territorio, por ejemplo, la de Minería, en el municipio Minas de Matahambre; o la de Forestal, en Cajálbana, en las que existían opciones para la formación.
En 1972 surge la sede universitaria Hermanos Saíz, adscripta a la Universidad de La Habana, y es cuando empieza la instrucción de profesionales en el territorio más occidental, aseveró el doctor en Ciencias Yorki Mayor Hernández, rector de la institución pinareña.
Cuatro años después se crea el Centro Universitario Hermanos Saíz, que contaba con mayores fortaleza y autonomía, desde el punto de vista de la formación, claustro de profesores propio; y en 1994, a partir de su desarrollo, pasó a llamarse Universidad de Pinar del Río Hermanos Saíz.
El primero de septiembre de 2015, se integró con la Facultad de Cultura Física Nancy Uranga y la Universidad de Ciencias Pedagógicas Rafael María de Mendive, y en la actualidad sus carreras confluyen junto a las ciencias forestales y agropecuarias, técnicas, sociales y humanísticas, económicas y empresariales.
No hay un espacio de la tierra pinareña que no esté tocado por la impronta de los egresados universitarios, incluso, más allá de las fronteras locales.
La calidad de los graduados está avalada por los niveles de acreditación de muchos programas de pregrado, una parte reconocidos de Excelencia; toda vez que se involucran en decenas de proyectos de investigación, con numerosos logros inducidos y de un alto alcance en la vida económica y social de la provincia y de la Isla.
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Un impacto sin precedentes, con más de 66 mil formados en las aulas de esa academia, en decenas de perfiles diferentes.
A todo ello se adiciona que la Universidad garantiza la posibilidad de superación continua de los profesionales, mediante una amplia gama de programas académicos de postgrado, apuntó Mayor Hernández.
Pero la universalización de la educación superior en Pinar del Río no quedó inmóvil, sino que se irradió a cada municipio, y ya se cuenta con 11 centros universitarios, encargados de aportar al avance local desde toda la actividad institucional.
Fieles al legado de Fidel Castro, desde su surgimiento ha acogido a estudiantes de más de 50 países de todas las latitudes, lo que habla en favor de la solidaridad como una aptitud y un orgullo de los artífices de cada jornada en el centro que honra la memoria de los jóvenes revolucionarios asesinados por la dictadura de Fulgencio Batista.
Hoy acuden a las aulas unos nueve mil 330 alumnos en todos los tipos de cursos, los que se forman en 46 carreras sin diferencias raciales ni económicas, tienen el privilegio de forjarse un futuro de hombres de ciencia y disfrutan de las bondades de un sistema educacional completamente opuesto al que fuera antes de 1959.