Por Carlos Ávila Villamar
Supongamos que no solo en los próximos meses, sino en los próximos años, debamos seguir usando mascarillas. ¿Qué realidad deberá mostrar una película sobre superhéroes o una comedia romántica? ¿Deberá seguir mostrando la sociedad como lo era antes de la pandemia? ¿Los superhéroes derrotarán al villano y al final estará la escena cliché de la multitud caminando a salvo por una avenida con altos edificios? ¿Los protagonistas de la comedia romántica se enamorarán a primera vista con las mascarillas puestas? ¿En verdad nos gustará ver una sitcom donde no haya conciertos, y donde los protagonistas eviten los bares y trabajen desde casa?
Hoy día, si nos fijamos con detenimiento, veremos que la mayoría de las películas y series norteamericanas parecen desarrollarse en una misma realidad, que no necesariamente representa a la realidad norteamericana. Un ejemplo más cercano: si nos guiamos por la producción audiovisual nacional La Habana (cierta parte de La Habana) es Cuba. La cultura, puesto que está hecha de signos, tiene un profundo instinto conservador, y su selección no solo es geográfica, sino temporal. Le cuesta asimilar nuevos elementos y deshacerse de los viejos, y siempre crea realidades más o menos convencionales,a veces pretéritas y de carácter nostálgico, sobre las cuales «está bien» erigir ficciones. No se trata de un fenómeno moderno. En el fondo eso era la mitología: personajes y ciudades del pasado sobre las cuales giraban la mayoría de las obras arquitectónicas, escultóricas y literarias.
Esta condición de la cultura ha salido a flote en los últimos años gracias a las luchas de las minorías por la representatividad. Ha resurgido la vieja pregunta en torno a la autonomía del arte. Hay una especie de consenso que dice que está bien que la ficción se aparte de la realidad, siempre y cuando nadie se sienta particularmente ofendido por esa distancia. Esta «realidad simbólica convencional» no solo se sostiene en las ficciones con pretensiones realistas. La película Juan de los Muertos está lejos de ser realista, pero ayuda a sostener la realidad simbólica cubana como pocas películas realistas. De igual manera, la realidad simbólica no solo se sostiene en las ficciones que transcurren en nuestro tiempo. El cine, por ejemplo, está obsesionado con ciertos períodos históricos, e ignora otros. Hay incontables películas sobre el auge del Imperio Romano y sobre la Edad Media, pero la transición hacia el cristianismo es relativamente menos tratada. De igual modo, «está bien» hacer una película sobre la Segunda Guerra Mundial, pero notemos como hay muchísimas menos películas sobre la Gran Guerra, luego llamada Primera Guerra Mundial.
Estas irregularidades nunca le importaron demasiado a nadie, porque no han sido suficientes como para cuestionar nuestra concepción del mundo (de hecho, las irregularidades existen precisamente para conservar una concepción del mundo previa). Grandes eventos como guerras recientes y demás han sido tratados por la cultura, pero solo en las obras u objetos hechos específicamente para la ocasión. La pregunta que estoy proponiendo no es si se harán películas sobre la pandemia, sino si el resto de las películas y series corrientes pasará por alto un cambio tan profundo. Parece muy poco probable que las próximas entregas de superhéroes, pertenecientes a sagas ya existentes, incorporen de manera abrupta la pandemia a su realidad, no obstante, no es imposible. Tampoco es imposible que muchas series dramáticas y humorísticas incorporen el tema de la pandemia como telón de fondo de nuevas temporadas. Nunca faltará la publicidad que dirá: «primera película de espías que se desarrolla en un mundo pospandemia». Pero a la larga, ¿qué tanto la cultura y el entretenimiento asimilarán el cambio en la realidad? ¿Qué tanto podrán asimilarlo antes de que el público se canse? Seamos honestos, ¿de verdad queremos a partir de ahora consumir ficciones que nos recuerden una y otra vez lo miserable que se ha vuelto la vida humana?
Me queda claro que el mundo antes de la pandemia estaba bastante mal, pero creo que nos estaríamos engañando si decimos que no extrañamos andar sin mascarillas por la calle, ir por antojo a varios conciertos una sola noche, besar y abrazar a la gente, llegar a la casa y no tener que colgar la ropa sucia en un sitio especial, todos los días conocer a nuevas personas, montarse sin miedo en el transporte público. Las posibilidades de la vida antes de la pandemia eran mayores también en términos narrativos, ficcionales: estábamos más expuestos al azar, es decir, a la narrativa. Resulta imposible no sentir nostalgia por esa época que quizás se haga irrecuperable. Soy de los que opina que incluso si las nuevas vacunas funcionan, pasará mucho tiempo antes de que se extiendan a toda la población mundial, e incluso cuando eso suceda, el miedo va a permanecer. Creo que no hay una vacuna contra el miedo. La convencionalización del paraíso perdido del mundo antes de la pandemia creo que es inevitable, y tarde o temprano la cultura y el entretenimiento lo expresarán. Ya sea a través del eventual rechazo del público a las películas y series que nos recuerden demasiado que el mundo ha cambiado, y el refugio en las viejas producciones, o a través del consumo preferencial de las producciones recientes que, de manera directa o disimulada, evadan el tema.
Actualmente el paraíso perdido del mundo antes de la pandemia puede ser paralelo al paraíso perdido del mundo antes de la era digital: los objetos anteriores a la era digital pertenecen a una realidad romantizada. Teléfonos de rueda, máquinas de escribir, vitrolas, relojes de pared, son objetos que siguen apareciendo una y otra vez en la cultura a pesar de haber quedado atrás. Antes de eso, se romantizó la década de los veinte y los treinta del siglo pasado, previa a la masificación de la televisión, que cambió de manera profunda el modo de consumir entretenimiento, fabricar publicidad, vender música o incluso hacer cine. Es probable que la tendencia nostálgica de la cultura se sincronice con el borrado de memoria que suele suceder tras traumas colectivos. Terminadas ciertas guerras, la sociedad, para protegerse a sí misma, ha preferido muchas veces no mirar hacia atrás. Es probable que, contrario a lo que nos indica el sentido común, dentro de unos cinco o diez años hayamos tratado de olvidar la pandemia, lo que significó para nosotros. Los hábitos que hayamos adquirido tras ella, tales como la extensión del trabajo remoto, evitar las aglomeraciones o guardar cierta distancia social, seguirán, pero ya desconectados simbólicamente del hecho que los originó. Algún día, quizás, asumamos que la vida siempre fue así, y la nostalgia por la era antes de la pandemia también se difumine, se haga menos consciente y más inercial, tal como ahora no entendemos por qué nos parecen atractivos los años veinte, y la nueva generación usa filtros para decolorar las fotos, sin haber vivido siquiera el tiempo en el que solo existían fotos físicas, y estas se deterioraban con los años. El león de carne y hueso deviene en pintura y en alfombra, en arte, y luego en sello o en mosaico, es decir, en decorado.
(tomado de Alma Mater)