Por MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC
Me atrevo a negar el tan conocido refrán popular al reflexionar sobre la inesperada aceptación que tuvo el trabajo que publiqué hace algunas semanas sobre “los modismos” de mal gusto. A tal punto mi “ego” se vio halagado que concebí una continuación no pensada antes.
Resulta que en el gavetero quedó pujando por verse en estas páginas ese vicio de colocar la preposición “de” en frases que no debe estar: “espero entiendan de que esas medidas son impostergables”. Con similar situación compite el vicio de “colgarle” a cualquier infinitivo el prefijo “re” como si intentaran una omnipresencia innecesaria: así van desfilando y multiplicándose “repensar”, resignificar, renombrar, redecidir y tantos, tantos otros. Con independencia de que algunos nos choquen menos en cuanto a percepción auditiva, lo más preocupante radica en la consecuencia de asfixiar otros posibles giros expresivos.
El nivel sintáctico sufre amenazas inexplicables, tales como ese raro hábito que en un primer momento no molestó tanto, pero en la actualidad, a fuerza de su reiteración, se ha impuesto en los discursos más oficiales: se generaliza caprichosamente el estilo envolvente al colocar el adjetivo antepuesto al sustantivo, ejemplo, la occidental provincia, el central territorio. Y lo que más alarma es que contradice el sentido recto que en estos contextos debe predominar. Recordemos que esta posición del adjetivo es un recurso más bien empleado en el lenguaje literario, como una de las formas de concretar la función estética.
Asimismo, debieran muchos locutores y comentaristas de nuestros medios comunicativos saber con propiedad las diferencias entre una repetición y una redundancia, en la que se expresa lo mismo, aunque, con otras palabras. ¿Estará fallando la formación idiomática en estos profesionales? Creo que esta es una pregunta retórica, pues la respuesta se infiere fácilmente. Me parece que no se me podrá acusar de “premeditación y alevosía”, porque se comprende que deberá ser un modelo lingüístico el que utilice como herramienta pública nuestra lengua materna, sin que lo anterior implique un decir artificial y descontextualizado.
Censuro sin timidez la sustitución del tan hermoso y categórico SÍ por ese préstamo que representa YA. No hay razones para que este adverbio de tiempo llegue a transformarse también en adverbio de afirmación. Inconcebible que una de las palabras que es como la carta de presentación del español se vea reemplazada por otra. No exagero cuando digo que estos
dislates atentan contra la identidad lingüística y, por tanto, cultural.
No es este el único disloque en el orden categorial y gramatical: me llama mucho la atención en el universo adverbial, en particular, entre los adverbios de lugar que “acá” se esté “robando el show”, a tal punto que ocupe sin dificultad el lugar que corresponde a “aquí”. Entonces, no nos extrañemos por escuchar: “Acá tengo a mi lado a…” Una vez más entrevistadores de la radio y la televisión han acuñado este modismo y con el mayor desenfado violentan el sentido de la distancia.
Hay muchas estrategias para “enganchar” a los receptores de nuestros mensajes sin que se afecte la corrección a la hora de comunicarnos. Transgredir algunas normas es siempre una osadía que puede tener resonancias insalvables. Recientemente, en el espacio televisivo Buenos Días se alteró la noción temporal cuando uno de sus conductores expresó: “Este domingo decide Chile con su plebiscito el futuro de la nación”. ¿Por qué no decir “ayer decidió”, si la noticia apareció al día siguiente lunes? ¿Incomprensible, verdad? Fue un intento frustrado de emplear el denominado presente histórico.
Quizás sea mucho pedir la eliminación de ciertas muletillas que otros llaman “morcillas” en el lenguaje, pero al menos pudiéramos pretender la desaparición de algunas tan ilógicas como ese “así que nada”, o implemente “nada”. Nada es nada, y nada más. O también el pedantísimo “no sé”, cuando de inmediato demuestra el hablante que sí sabe.
Se llega a expresar lo contrario a lo que se desea con la locución adverbial “por demás” que significa “en vano, inútilmente” y con sorpresa la hemos oído muchas veces como sinónimo de además, en un sentido positivo, por ejemplo, “el incremento salarial representó, por demás, un estímulo para los educadores”. Nos recuerda aquel uso equivocado de “dar al traste” que
por suerte ha pasado de moda.
Y no digo más para que no piensen nuestros lectores que destruyo la espontaneidad tan distintiva de la oralidad. De lo espontáneo a lo anárquico existe una zona diferenciadora. No lo olviden nunca. Eso espero.