Por: Elizabeth Colombé Frías
La realidad se percibe, pero no se alcanza. Vivimos en detalles desencajados. No hay certezas, hay datos: en el Hospital de Campaña de la sede Mendive de la Universidad de Pinar del Río cuatro cintas perimetrales restringen el impulso de las preguntas, durante el pico máximo de la pandemia de Covid-19 el centro albergó más de cien pacientes y en un día hubo unos diez contagiados con el virus.
En un jueves de noviembre, Isbel Barrera cruzó todos los límites de advertencia. Permaneció en la Zona Roja. Interactuó con posibles enfermos de coronavirus. Inició una jornada de más de catorce horas. Usó mascarilla, bata protectora y guantes de látex todo el tiempo. Limpió cuartos, pasillos, baños, oficinas. Distribuyó seis comidas diarias.
Si conocemos que estudió licenciatura en Educación, que hizo el máster en 2012, que se especializó en Docencia Psicopedagógica en 2016, que es Doctor en Ciencias, metodólogo del Departamento de Grados Científicos, profesor de Psicología, que tiene trece años en la profesión y 38 de edad, supondremos que una situación como esta le es totalmente anacrónica.
“Cumplir con labores a las que no estaba acostumbrado fue agotador”, asegura.
La labor del voluntario es como la de un insecto a tiempo completo, serpentea entre la incertidumbre y los designios de los sentidos. Para Eduardo Galeano mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo. En su nueva vocación, Isbel intentó distorsionar el lugar de reclusión en una más llevadera estancia, el trabajo, según dice, le permitió el crecimiento como persona y “tener mayor percepción del riesgo”.
Isbel convivió con la esencia íntima de los hechos cotidianos. Y mientras sucumbía al vértigo del Hospital de Campaña, aclara que lo que más le impactó fueron los rostros de las personas, “las caras que mostraban el agradecimiento por la atención del equipo, las expresiones de alegría de aquellos que el PCR resultaba negativo y la tristeza de los que resultaban positivos, aun siendo asintomáticos”.
¿Cómo lograr la afinidad desde la distancia? Hay que enfrentarla. La distancia no es un problema, diría García Márquez, “somos los humanos, que no sabemos amar sin tocar, sin ver o sin escuchar”. El profesor nunca se privó, dice, del contacto y encontró otro argumento que justificaba su estímulo esencial, una incitación simbólica: el placer de atenuar la necesidad de otros.
“La vida en la Zona Roja estuvo llena de experiencias que no olvidaré. Me quedo con las vivencias, los aprendizajes, la mano amiga del grupo de voluntarios que cada día se fortaleció más. Sentí que junto a estudiantes y otros profesores de la Universidad Hermanos Saíz Montes de Oca, contribuí al bienestar de los demás”.
¿Qué le ocasionaba mayor incertidumbre?
Pensar en la posibilidad de contagiarme y contagiar a mis compañeros.
¿Sintió temor?
Sí, el temor siempre estuvo, aun cuando se tomaron todas las medidas necesarias para evitarlo.
¿Por qué decidió ser voluntario?
Por mi familia, mis vecinos, por todos los que podían ocupar el lugar de un paciente sospechoso de Covid-19.
¿Y el trabajo?
Sin dudas me deja un gran regocijo.