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En torno a la Jornada por el Día del Libro Cubano

Escrito por dcom

Por MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC

Cierra marzo con otra celebración correspondiente al ámbito cultural y que coloca en primer plano al libro: ese callado compañero, inseparable de nosotros los humanos, y que resiste a veces ingratos olvidos, aunque resulta innegable que da la talla en todas las circunstancias, pero que se nos revela con marcada presencia en excepcionales momentos como este ya largo y pesado periodo de pandemia.

Parafraseando a José Martí diríamos que la lectura de un libro consuela y redime, nos eleva y ennoblece, a la par que constituye manantial de conocimientos y placer. Con independencia del soporte o formato que escojamos siempre será un acto de crecimiento, una inigualable oportunidad de elevarnos, una ocasión de poner a volar nuestra imaginación y fantasía.

La palabra escrita, y con ella un buen libro, es una especie de “combustión para el alma”, en tanto significa hecho energizante y vivificador. Así lo consideraba la doctora Beatriz Maggie, una de las voces más autorizadas sobre el tema. Y es que para la destacada profesora e investigadora cada libro es como un “tesoro del saber”, un instrumento capaz de ofrecernos renovados bríos en la cotidiana batalla que es la vida.

Para nuestro máximo líder Fidel Castro todo lo anterior resultaba bien claro y evidente. No fue casual entonces que uno de sus primeros pasos en la Cuba revolucionaria fuera la fundación de la Imprenta Nacional y como primer libro a publicar, nada más y nada menos, El Quijote, de Miguel de Cervantes y Saavedra, obra cumbre de la literatura española. Cada 31 de marzo evocamos aquel memorable acontecimiento que devino presagio de la política cultural de nuestra Revolución.

Este año la fecha ha tomado varias motivaciones que le han insuflado un carácter muy singular: me refiero al centenario de ese sobresaliente intelectual que fue Cintio Vitier, quien colocó los estudios lingüísticos y literarios a un nivel muy alto. Martiano por excelencia, supo ver en todo su alcance aquel apotegma de “ser cultos para ser libres” y penetró con agudeza en las implicaciones de la eticidad.

También la efeméride se inspira esta vez en el 60 aniversario de Palabras a los intelectuales y en la Campaña de Alfabetización, significativas gestas de la gran epopeya del pueblo cubano, porque Cultura y Nación se alzan en nuestro caso como conceptos-banderas de la historia patria.

Homenajear al libro en este contexto es, sin dudas, dignificarlo. En sus páginas, sean de papel o digitales, late con fuerza y persuasión la huella que va dejando la humanidad en su incontenible andar por latitudes y épocas. El valor de un libro está condicionado por ese entramado de contenido y forma que en definitiva le otorgan cuerpo y espíritu. Pero a la larga, o mejor, a la corta, su legado se garantiza en las manos de sus lectores.

En el ambiente universitario la resonancia de este tema se multiplica en el quehacer mismo de cada uno de nosotros, profesores o estudiantes. Como amigo fiel espera ansioso que lo identifiquemos, y por qué no, lo desempolvemos desde cualquier estante de biblioteca, o lo “bajemos” de cualquier sitio virtual. Esa irrepetible experiencia, esa inolvidable aventura que nos propicia la lectura y hasta la relectura de un buen libro, es como tocar a las puertas de un gran enigma o secreto.

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