Por Elizabeth Colombé Frías
En tiempos de aislamientos, zonas de peligros, pasos al frente, batallas contra el enemigo, vigilancias, enfrentamientos y otras metáforas belicistas. En tiempos en los que la primera frontera comienza en la puerta de la casa. En tiempos en los que cualquier movimiento del cuerpo parece el ejercicio de un deporte extremo. En tiempos de la desaceleración del tiempo. En estos tiempos, Saray Núñez González siente miedo.
Hace dos jueves el temor permanece estático, como una idea silvestre y desmesurada, mientras limpia tres secciones de un edificio de tres pisos con cinco cuartos por planta y entrega el desayuno, la merienda, el almuerzo y la comida.
De siete de la mañana a ocho y treinta de la noche, junto a una brigada de ocho profesores y tres estudiantes de la Universidad de Pinar del Río “Hermanos Saíz Montes de Oca”, aparece el tríptico del miedo: al virus, al contagio y a la muerte.
«Cuando llega el resultado de algún test que dio positivo, comienzas a pensar que a esa personas le serviste todas las comidas y que pudiste tocarlo, cuestionas si te lavaste bien los guantes, si te los quitaste de la forma correcta…”
Mejor será que tú mismo no tengas miedo y que tengas confianza, escribió Ernest Hemingway en el Viejo y el mar, esa exposición sobre la obstinación por el triunfo y la imposibilidad de la derrota: “Volvió a surgir, una y otra vez, en las acrobáticas salidas que le dictaba su miedo. El hombre volvió como pudo a la popa y agachándose y sujetando el sedal grande con la mano y el brazo derecho, tiró del dorado con su mano izquierda, plantando su descalzo pie izquierdo sobre cada tramo de sedal que iba ganando”.
Tenía razón. El miedo tiene eso, esconde una parte de uno mismo y se detiene en las subjetividades que un día fueron certezas; pero a veces, ese espanto se convierte en una atmósfera de irreverencia y crea los estímulos oportunos para una estrategia defensiva.
“Mi presencia aquí es necesaria. Yo tengo un compromiso con mi Universidad, con la Revolución: nacida y formada por ella, hoy la acompaño en el enfrentamiento a la pandemia de Covid-19”, asegura.
De acuerdo con un axioma popular, no nos duele lo que no nos toca. Esta certeza parece derrumbarse en épocas de caricias virtuales y en que nuestras manos son como instrumentos letales, a Saray lo que más le satisface son las palabras de agradecimiento de los pacientes del Hospital de Campaña.
Despojados de rutinas y de la prisa, de calles de incertidumbre y silencios forzados, el acercamiento con posibles enfermos de Covid- 19 le aportó, dice, mayor sensibilidad para entender el dolor ajeno.
Ingeniera Química, profesora, doctora en ciencias, vicerrectora de Investigación, Informatización y Posgrado de la Universidad de Pinar del Río, hace diez días, desde que trabaja como voluntaria en el Hospital de Campaña de la sede Rafael María de Mendive, solo habla con su hijo por teléfono.
Según comenta en este tiempo se probó a sí misma, “mi valentía, mi altruismo y me demostré que tomé la mejor decisión”: Saray Núñez González se empeña en recordarnos el deshago que provoca el miedo, ese pasajero en tránsito que nos enfrenta e intentamos desarmar.