Por el MSc. Luis Pérez González, miembro de la UNEAC
A 59 años de aquel hecho memorable se hace la ocasión para afirmar, sin hiperbolizaciones de ninguna índole, que se trata de todo un acontecimiento que marcó pautas y rumbos para la política cultural revolucionaria.
Fue más allá de lo coyuntural para devenir plataforma programática de un suceso que fue, es y será en sí mismo la más radical y completa transformación en el plano de la cultura: la Revolución propiamente dicha.
Originalidad de la Revolución Cubana en ese aspecto, como en muchos otros, que de alguna manera explica su esencial fuerza vital. Una Revolución que se fundó en el conocimiento de sus raíces y de todos los componentes identitarios de la nación. Aquellos tres días de reuniones de Fidel con un grupo representativo de intelectuales y artistas (16,23 y 30 de junio de 1961) fueron decisivos en la definición de conceptos claves para la creación artística. El problema cardinal en torno a la libertad de expresión, tanto en la forma como en el contenido, se colocó sobre la mesa, sin prejuicios ni tapujos, adueñándose, por encima de todo, un sentimiento y una intención de unidad y cohesión.
Retumban hoy con total vigencia aquellas frases: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada…” Y no se trata -como advierte oportunamente Miguel Barnet- de “congelar” esa expresión, pues sabemos que respondió perfectamente al contexto de los inicios del triunfo, sino en su interpretación más abierta y heterodoxa, dejar bien clara esa declaración de principios.
Al concluir sus Palabras, nuestro máximo líder, se refirió a “las generaciones futuras que serán, al fin y al cabo, las encargadas de decir la última palabra”. Una vez más rige como sostén y fundamento ese visionario sentido de continuidad histórica que nos ha salvado y nos seguirá salvando siempre.
“Palabras a los intelectuales” no es un mero documento más: es la viva evidencia fundacional de un pensamiento orgánico y consecuente sobre la cultura, su democratización y papel determinante en el proceso revolucionario cubano. Únicamente así se desborda a plenitud en su significado la aseveración de que “La cultura es espada y escudo de nuestra nación”.